Perdonar es olvidar?

Ramón Juste, sj

Frecuentemente se lee o se escucha frases como estas: «perdonar es olvidar» o «para perdonar hay que olvidar», o peor todavía «el que no olvida no perdona». Quienes repiten esas frases, por lo menos, desconocen el funcionamiento de la sicología humana. O, lo que es peor, creen que comportarse como cristianos es prácticamente imposible. Lo cual equivale a decir que, Jesús nos propone un ideal totalmente imposible de alcanzar: lo cual es inaceptable.

Distingamos entre la herida que ha producido en nuestra sensibilidad humana la ofensa recibida y la reacción de nuestra voluntad libre por causa de dicho sentimiento herido. El hecho es que nuestros sentimientos tienen una gran fuerza de presión sobre nuestra voluntad; pero nuestra voluntad no tiene dominio directo sobre los sentimientos.

¡Cuántas reacciones negativas de nuestra voluntad se deben a la fuerza incontrolable de algunos sentimientos ! Y cuántos lamentos de fracaso brotan de nuestra voluntad impotente ante ciertos sentimientos negativos. Así funciona nuestra sicología humana, herida por el pecado. Por lo tanto, sólo debemos atribuir a la voluntad libre aquellas actitudes y comportamientos que caen bajo su responsabilidad. El olvido no depende ciertamente de nuestra voluntad.

Al contrario. Como decía el finado Mons. Angel Acha: «Qué culpa tengo yo de que el Señor me haya dado una buena memoria?» Otra cosa es si estimulamos el recuerdo de la ofensa recibida y echamos leña al fuego de mi recuerdo, alimentando así deseos de venganza o cosa parecida. Esto sí es culpable. porque es voluntario.

Y ahora la pregunta del millón: ¿Puedo yo perdonar, a pesar de sentir una gran rabia contra la persona que me ofendió? La respuesta es un categórico SI. Y la razón es la siguiente: la rabia es un sentimiento, que no se puede frenar con un acto de la voluntad; pero el perdón es un gesto de amor, que induce a la voluntad a hacer algún favor en bien de quien nos ofendió, a pesar de sentir la rabia. Lo importante es fomentar el amor con actos de amor, y no dejar que los sentimientos se adueñen de nuestra vida, sobre todo si son negativos.

La historia de la humanidad se encuentra salpicada con casos de ofensas. a las que se ha contestado con señales de venganza. «Ojo por ojo y diente por diente» ha sido y sigue siendo- por desgracia- la ley de la gran mayoría de los seres humanos. Tenemos un ejemplo reciente a escala mundial en la pelea entre USA y Afganistán, en la que una monstruosidad se quiere contestar con otra monstruosidad. Lamentamos que el Evangelio no haya penetrado todavía las relaciones humanas y no sea aceptado como camino de pacificación. Con qué facilidad olvidamos que la violencia engendra más violencia!

Muchos de nosotros -dirigentes y cursillistas- nos encontramos a menudo involucrados en casos semejantes. Esos son los momentos privilegiados para evangelizar al mundo con gestos de perdón. El perdón otorgado de corazón cuestiona al que nos ha ofendido y le interroga del por qué de nuestro comportamiento. Sólo un cristiano, como Cristo, puede decir desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». El perdón no es señal de debilidad: al contrario, es señal de valentía y, sobre todo. de verdadero Cristianismo. Perdonar no es aceptar el pecado; eso sería impunidad. Perdonar es disculpar al pecador, como nos disculpa Dios cada vez que pecamos y pedimos perdón. Por otra parte, la venganza no hace justicia; sólo atempera nuestra rabia y acrecienta la rabia del que ha recibido nuestro golpe vengativo.

Medítese lo dicho y Dios quiera que obremos en consecuencia.

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